Los árbitros a escena
El mundo del arbitraje siempre ha estado envuelto de polémica desde sus inicios. Desde Guruceta a Al-Gandur. Desde Brito Arceo a Collina. Desde Sánchez Arminio a Markus Merk.
Muchos piensan que los árbitros ponen la salsa al fútbol con sus errores más o menos inocentes. Muchos piensan que sin errores arbitrales no habría debates en los bares, en los trabajos, en los medios de comunicación...Muchos piensan que con un fútbol sin picaresca no existirían los periódicos deportivos o los programas nocturnos de radio.
El caso es que un terreno de juego de más de 100 metros de largo y unos 70 de ancho, con 22 jugadores en continua pugna por el esférico, dos banquillos con 20 personas cada uno en continua queja, y miles de espectadores potencialmente violentos en sus manifestaciones dirigidas a alguno (o a todos) los jugadores de un equipo o en anticonstitucionales reivindicaciones...está dirigido por tan solo 3 personas y media llamados árbitros. Y por que 3 y media?. Porque el árbitro principal y los dos jueces de banda hacen 3, mientras que el personaje que se mantiene impasible en su garita y cuya actuación se resume en apacigüar las acometidas del entrenador de turno al árbitro principal así como levantar ese curioso instrumento electrónico en el que se reflejan los dorsales de los jugadores substitutos (a los que, previamente, analiza los tacos de sus botas y se asegura que no luzcan cadenas, anillos o pulseras)...hace medio, porque no merece ser considerado ni como un único elemento arbitral.
La FIFA promete mucho y cumple poco. Las continuas ayudas tecnológicas a las que alude acaban en palabras que el viento acaba llevándose lejos. Pequeñas innovaciones van surgiendo a cuentagotas (la cesión al portero, el tiempo de descuento o la zona técnica son los únicos cambios llevados a cabo en años) pero el fútbol continua con las inamovibles reglas que hace décadas. La incómoda comparación respecto a otro deporte de equipo como es el baloncesto no hace más que agravar el aspecto rancio del balonpié, que se cierra en banda a actualizar su reglamento cosa que no sucede con el juego de la canasta, en constante evolución y exhaustivo control por parte de los encargados de velar por su legalidad encima del parquet. Lo único con lo que los aficionados podemos contentarnos es con los conatos de rigor que la propia FIFA impone a los árbitros participantes en un campeonato de la relevancia de una Eurocopa o de un Mundial y que acaban, de nuevo, en nada.
El Mundial de Alemania pintaba bien. Una vez más, los árbitros llegaban con la lección bien aprendida por parte del organismo dirigido por Blatter. Las directrices eran claras. Sancionar con targeta cualquier entrada dura, con balón o no de por medio, sin ningún tipo de rubor. La efectividad en los fueras de juego era otro de los aspectos a tener muy en cuenta por los jueces del partido. Así, la primera fase fué todo un recital sin precedentes por parte de los colegiados. Seriedad y pulso firme en el momento de sacar la cartulina de turno, de forma directa y sin referir la memoria al dorsal del protagonista receptor de la sanción, multiplicando el número de expulsiones por doble targeta respecto las producidas en un partido de temporada de una forma casi milagrosa. Ninguna agresión quedó indemne, ninguna entrada por detrás quedó sin castigo y pocos penaltys dudosos fueron mal señalados. La guinda a tal memorable actuación la pusieron los jueces de linea, que mantuvieron un elevadísimo índice de aciertos en cada una de las señalizaciones de fuera de juego protagonizadas por los futbolistas mundialistas.
Uno no podía hacer más que frotarse los ojos y mirar atónito como, por una vez en la vida, los protagonistas de los partidos eran los futbolistas, así como aplaudir alguna microscópica acción bien señalizada por el árbitro aumentando aún más la sorpresa y admiración al colectivo.
Admiración que se derrumbó por completo tras el Portugal-Holanda de octavos de final donde el protagonista negativo tuvo un nombre, Valentin Ivanov. Y es que hubo un antes y un después en las actuaciones de los árbitros a partir de ese encuentro, donde el árbitro ruso sacó un total de 16 targetas amarillas y cuatro rojas. Ivanov hizo lo que debía. Sancionar con rigor y sin piedad. Poco se le puede achacar, salvo el no saber controlar el partido en algunas fases sin necesidad de hechar mano al bolsillo. Blatter vetó con fugacidad al colegiado al que culpó de degradar un maravilloso espectáculo y el rumbo del arbitraje cambió por completo. Del rigor se pasó al esperpento. De las sanciones se pasó al "jueguen jueguen". De la lupa se pasó al perro y el bastón. El desastre llegó cuando menos era necesario, en el desenlace final del campeonato que, para postre, se cargó de polémica en la final con la ya conocida agresión de Zidane y su presunta dudosa señalización a través de elementos externos no permitidos por la misma FIFA como la repetición televisiva por parte del cuarto árbitro.
Al final nos quedamos, de nuevo, desencantados. El caramelo que sirve la FIFA es arrebatado en pocas semanas. Ni ayudas, ni innovación ni rigurosidad.
El nivel del arbitraje es pésimo. España e Italia son dos de los países con ligas más importantes y árbitros más incompetentes y corruptos. Únicamente es salvable el arbitraje inglés, donde los árbitros son respetados y con los cuales está permitido el diálogo e intercambio de opinión después de una acción señalada (o no). La lacra de la compra de partidos no hace más que oscurecer y degradar la labor arbitral.
Muchos pedimos cambios. Muchos queremos que los colegiados sean capaces de realizar declaraciones acerca de sus actuaciones como lo hacen jugadores y técnicos, tan profesionales unos como otros. Muchos pedimos mano dura a los violentos y más diálogo sobre un terreno de juego. Muchos queremos ampliación en el número de efectivos arbitrales...
Los que amamos el fútbol queremos un deporte limpio donde se respete a todos sus protagonistas...que a la vez se hagan respetar. Y la incompetencia no provoca respeto.
Etiquetas: Actualidad
1 Comments:
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